A menudo vemos noticias relacionadas a la alimentación, revelando nuevas teorías y estudios acerca de qué comer y qué no. Nos estresamos con la cantidad de calorías que tiene un alimento, si tiene la cantidad de carbohidratos o grasas correctos, nos hacemos un mundo midiendo, pesando y calculando. Nos hemos alejado tanto de lo natural, que hemos olvidado de escuchar a nuestro cuerpo. No digo que todos los factores que recién he mencionado no sean importantes, sino que nos centramos tanto en ellos que usualmente dejamos de ver la imagen completa. Así que, que tal si empezamos por lo básico: ¿qué es un alimento? Creo que todos estaremos de acuerdo en que es o al menos debería ser algo que nos nutre, que nos alimenta. Alimento es todo lo que ayuda a tu cuerpo a funcionar correctamente, debería brindarle las herramientas necesarias para que se regenere, proteja y se cure. Que algo que tenga calorías, por ende, energía, no quiere decir que sea un alimento. Una manzana y una galleta pueden tener la misma cantidad de calorías, pero la calidad de ellas es lo que hace una diferencia en ti. Mas allá de todo lo medible que acabo de mencionar, que son los macro y micro nutrientes, hay otro factor que, a mi modo de ver, puede llegar a ser el más importante de todos y es algo que nunca o casi nunca tomamos en consideración: la energía de los alimentos. ¿En qué influye esta energía? En primer lugar, en el modo de preparación de la comida ¿Últimamente han visto que en muchos lugares aparece la frase “hecho con amor”? Probablemente la mayoría de nosotros sí, y es porque sabemos que hay una gran diferencia entre consumir algo que fue preparado con cariño y lleno de energía positiva, que algo elaborado en un ambiente hostil, más aún cuando se trata de algo que estamos dejando ingresar a nuestro cuerpo. En segundo lugar, está la manera en la que nos alimentamos. Podemos estar comiendo algo súper saludable, pero quizás nos cae mal y no entendemos por qué. El acto de comer es un acto muy personal, y debería de ser un acto de cariño de ti hacia tu cuerpo. Sentarte en un lugar tranquilo sin distracciones y darte un momento para nutrirte es algo que deberíamos hacer todos los días. Nunca deberíamos almorzar rodeados de trabajo, problemas o discusiones. Una vez leí que, si estás triste o molesto, mejor es no comer y esperar. Respirar por unos 5 minutos hasta estar más tranquilos y luego proceder, porque de nuevo, estamos absorbiendo toda esa energía. Por último, pero para mí uno de los factores más importantes, es la energía propia de los alimentos. Mientras más cerca a la tierra y a su modo original se encuentre un alimento, mejor energía va a tener. Los productos de origen animal, las carnes, lácteos, etc. Contienen altas dosis de violencia y sufrimiento. Y sí, todo esto también se transmite, todo esto llega a tener un efecto en cómo nos sentimos. Cuando decimos que la paz empieza en nuestros platos, es así. No podemos pedir un alrededor con menos violencia si no empezamos por nosotros mismos, por lo que comemos. Comencemos a ver un poco más allá, que hay detrás de todo lo que consumimos, optemos por opciones que nos permitan estar en mayor armonía. Devolvámosle la importancia a la comida que merece, aprendamos a disfrutarla siempre, todos los días, y no sólo los fines de semana. Que ésta siempre sea una muestra de cariño con uno mismo, con el planeta y con los animales, quiénes también tienen el derecho de vivir plenamente.